Me siento a revisar tareas con el niño preadolescente y huelo vainilla. Se hace leche con café y avena y hoy le echó una tapita de concentrado de esa esencia, pero una tapita es demasiado y todo se siente exagerado. Algo pasa en su cerebro estos días que se va exprimiendo hasta no dejar mucho más que ojos y dientes. Resulta que, a esa edad, comienzan todas las neuronas a volverse más eficientes en su comunicación. Surge la necesidad de reforzar la red automática que se asienta en la corteza prefrontal y cada conexión se agiliza. Pero perdemos integración. Con cada año que pasa y más información que tenemos, menos le ponemos atención a los detalles porque creemos que tenemos todas las respuestas. Rellenamos los espacios vacíos porque necesitamos ser más rápidos. O al menos eso requería nuestro entorno cuando debíamos huir de depredadores. Ahora que no es necesario, ¿de qué tanto nos estaremos perdiendo?
Un poco a veces es demasiado, como el olor de mucha esencia de vainilla que le ponemos al café. Pero, el poder fijarnos en ese poco, sí hace una diferencia.