Me despierto más tarde los domingos. Es uno de mis premios de la semana. Los gatos me acompañan, los perros me esperan, hay pajaritos cantando en el jardín y todo el mundo cercan duerme. Aunque me escupe la cama y el cerebro me dice que debería hacer algo con mi vida. Es un buen día.
Leí hace poco que estamos mal acostumbrados a pensar que relajarse es una pérdida de tiempo. A ver, relajarse en el sentido más básico de simplemente no hacer nada. Ese estado tan bien dicho en italiano del dolce far niente, lo alcanzamos tan poco y es tan bueno. No para toda la vida, es un postre, no alimento.
Así que me obligo a no ver el reloj, a cocinar cosas que no necesiten involucrarme y a dejar que los demás no salgan de sus camas, si eso es lo que quieren. Hay que procurar días así.