Un día normal

Hoy bajé a la cocina dos veces. El resto del día se pasó entre vegetar viendo tele, vegetar leyendo y vegetar comiendo. Nada del otro mundo. Pero fue un día normal, de esos que deberían conformar la vida entera, en los que la normalidad es un río que baja feliz entre pequeñas piedras que lo hacen saltar.

Nos imaginamos la existencia entre grandes acontecimientos: nacimiento, graduación, primer trabajo, casamiento, hijos, muerte. ¿Y todo lo demás? Ese camino inclinado que llamamos la cotidianidad, y al que le atribuimos sólo cosas aburridas como la rutina, el tedio, la repetición, es todo menos poco importante. Es la tela de nuestra vida, el aire que respiramos, la comida que nos sustenta. La «normalidad» es lo que nos sostiene para los peores momentos, son los brazos que nos protegen cuando ya desfallecemos, la mano en la noche que nos encuentra para consolarnos.

Un día normal se repite para siempre y deberíamos cuidar que fueran los mejores, los más íntimos, los que nos llenen. La felicidad, cuando la recordemos, va a ser una tarde de reírse a carcajadas de cosas que ya no son importantes, sólo el sentimiento.

Este día fue uno normal y sólo pido que sean la mayoría.

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