Un café o un té

Tantas veces que un café se vuelve una plática y el líquido pasa de servirse en taza a copa, púrpura al final del día. Extraño las tardes sentada en un lugar que no sea mi casa con alguien que no sea mi familia, para hablar de cosas que no sean el virus. Y también acepto que me gusta la cercanía que hemos tenido en estos meses con los míos, las comidas compartidas y los vinos de los viernes. Quiero creer que había cosas flojas que apretamos (me lo escribieron en una carta) y que me hace falta todo lo que me estaba sobrando.

Ahora tomo té en la mañana, una taza extra después de almuerzo y mucha agua para ahogar los deseos innecesarios. Podría estar viendo una serie de adultos, pero en la mesa del comedor estamos los cuatro, cada uno con lo suyo y esto también me hace bien. Me he enterado de la marea de emociones de los engendros y cómo navegarla. Y también en dónde regalar las mías.

Nada volverá a ser igual. Igual nada nunca lo es.

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