No hay manera de sustituir una bolsa de agua caliente cuando se necesita ser reconfortado. Tampoco hay muchas otras cosas que anuncien una incomodidad. Por algo son rojas. No han cambiado mucho desde que mi mamá me ponía una para el dolor de panza. Misma textura, misma sensación de peligro si se abriera, mismo olor.
Los enfermos de mi casa gravitan hacia mí y mi cama. Justo ahora tengo a la niña dormida sin visos de despertarse en el futuro predecible. El cuarto huele a hule caliente. Es una belleza poder darle a los míos un lugar que los consuele.
Pasamos tantos días haciendo lo que nos piden, que poder hacer lo que debo me hace sentir mejor. Y, tal vez, también me consuelo a mí misma con el agua caliente.