Hasta el infinito tiene límites. La eternidad se mide en función del tiempo que no tiene y el amor… pues el amor tiene un tope en la muerte. Podríamos quejarnos y sentir que eso hace la vida triste. Lo cierto es que la finitud de las cosas nos las hace más agudas. No sabemos a ciencia cierta cuántas veces nos quedan de lo que hacemos. Una salida al cine, en estas épocas, fue hace seis meses y no sabemos cuándo la volvamos a tener. O cuántos abrazos nos quedan en la cuenta con alguien.
Ponerle atención a eso no es que nos haga perfecta la vida. Las peleas con la niña porque haga (bien) sus tareas siguen siendo el pan diario, pero me consuelo pensando que también tienen fin. Y, aún haciendo el firme propósito de hacer cada interacción especial, me sigue ganando el carácter y me sobrepasa la gana de tener la razón.
Igual, todo termina. Tal vez se me agoten los enojos y eso no está nada mal. Y cada abrazo de mis hijos puede ser el último y eso es hermoso.