Comí arroz a sabiendas que no me hace bien pero tenía antojo y le di dos bocados. Rico. Tenia elotitos. Pocas cosas tan nostálgicas como el arroz con elotitos que sólo se comía en ocasiones especiales.
Pienso que la vida se nos va llenando de cosas que nos gustan y que nos lastiman, pero que seguimos consumiendo porque en algún momento nos hicieron bien. Como tomarse una medicina demasiado tiempo. Aceptamos los efectos secundarios, aunque sobrepasen los beneficios, porque ya nos acostumbramos a lo malo y queremos seguir teniendo lo bueno. Así las relaciones. Así hasta los enojos, que nos queman por dentro pero que nos hacen sentir algo que ya conocemos y que en su momento nos sirvió.
Soltar es abrir y dejar que se vaya lo que tenemos aferrado. A nadie le gusta perder lo que tiene, aunque sea nocivo. Pero abrir también implica poder recibir algo nuevo. Yo entiendo que lo nuevo da miedo, que no sabemos lo que pueda ser, que estamos cómodos sentados en una silla llena de tachuelas, porque ya sabemos en dónde están y cómo duele.
Pero. Siempre hay un pero. No podemos vivir así sin deteriorarnos. La presión constante sobre la piel hace callo. Eso no sana fácil. La piel debe ser suave y flexible, aunque sea más fácil de abrir, porque se recupera mejor.
El arroz estaba rico. La próxima tal vez no como.