Si mi abuela…

Así comienza el dicho y termina con una bicicleta. El asunto es tan absurdo como cualquier suposición que uno hace con «si». O sea, la señora bien pudiera simplemente haberse convertido en una abuela con ruedas, pero lo llevamos al extremo de hacerla bicicleta. No se entiende bien el asunto, pero la idea se entiende perfectamente.

Y es que así somos: inferimos significados tomando el conocimiento colectivo que no está en ninguno de los libros del colegio. Es el código no escrito de la sociedad, que está escondido, irónicamente, en el lenguaje. Necesitamos siempre un contexto cultural e histórico para entender a la persona con la que estamos hablando, hasta con nosotros mismos, pues vamos cambiando en el tiempo. Los padres entendemos perfectamente bien ese fenómeno, cuando usamos adjetivos o expresiones que nuestros hijos no entienden, porque nadie les «ha echado Vicks».

La evolución del lenguaje, además, es orgánico, por mucho que lo quieran empujar a cierta parte. Si la mayoría de las personas que lo utilizan no consienten con las nuevas reglas, se quedarán igual de inútiles que todas esas palabras del diccionario que ya nadie conoce. O tal vez les salgan ruedas.

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