Hay un lugar en donde la gente sabe intuitivamente qué quiere uno y se lo da. En que la pareja conoce a la perfección cuáles son nuestras necesidades y está dispuesto a otorgarnos nuestros gustos. En que no tenemos qué decir nada para obtener lo que queremos. Generalmente ese lugar existe cuando estamos dormidos y se llama «sueño», porque en la vida real, esto no funciona así.
Lo primero que le dice a uno la terapista de parejas es que se aprenda a expresar: los sentimientos, los deseos, los disgustos. Comunicar qué quiere uno y aprender a escuchar al otro para encontrar el punto medio. Porque lo cierto es que cada uno de nosotros estamos hechos para agarrar un camino específico. Por allí van nuestras preferencias y nos dirigimos con naturalidad. Y la pareja es igual, sólo que para otro lado.
Si no podemos articular cuáles son las cosas que queremos, tendremos que esperar mucho tiempo para obtenerlas. Porque nadie es adivino, salvo en las películas de Marvel, ni nosotros. Estoy segura que si no pregunto, no sé qué le gusta a quien tengo enfrente, aunque pueda aventurar una suposición más o menos acertada.
Si lo tengo qué pedir, y no me lo dan, entonces, tal vez, lo quiero otro día.