En nuestros países, pareciera que vivimos bajo la premisa que “¿para qué hacer las cosas fáciles si se pueden hacer difíciles?” Hay una belleza engañosa en las cosas complicadas. Cuando hay algo demasiado lleno de cosas, pareciera inmediatamente interesante. Pero no es así, no necesariamente.
En la cocina, más ingredientes no quiere decir que el plato sepa mejor. Sólo hay más distracciones y eso enmascara a veces ingredientes de menor calidad. Lo mismo pasa con cualquier relación.
Las líneas simples, los sabores limpios, las relaciones sin demasiadas distracciones, no permiten esconderse entre lo lleno de engaños. Sólo queda lo simple, lo bellamente complejo.