Pasé toda mi infancia queriendo maquillarme. Mi mamá me obligó a esperar hasta los 15 y sólo para ocasiones especiales. Era más difícil porque yo tenía un año menos que el resto de mis compañeras del cole y, a esas edades, las diferencias superficiales marcan brechas profundas. Luego sí me maquillaba todos los días para trabajar. Después mejor me tatué los ojos porque me hastié. Ahora no me puedo maquillar aunque pueda, porque todo me da alergia.
La vida tiene etapas para hacer cosas y saltárselas es una de las cosas que más se lamentan después. Es como leer libros para los que uno no está preparado. Llegan en un momento en que no se entienden porque no se tienen las experiencias necesarias. Vivir tiene sus estaciones que ahora parecen adelantadas por la tecnología, pero que sólo son un tren que nos hace saltarnos estaciones que deberíamos visitar. Es muy triste querer retroceder el tiempo y hacer cosas para las que uno ya no tiene la edad, porque está viviendo otra etapa.
Yo ya no me podría maquillar todos los días, lo dejo para ocasiones especiales. Como ayer. Y hoy tengo los ojos que parecen tomates.