Puedes nadar, pero no escapar

Estaba nadando en el lago el sábado. El agua está muy lejos de ser transparente y estoy segura que me tragué un par de renacuajos. ¿Será que tomar toda esa cosa verde cuenta como un shot de clorofila? Imposible estar calmada en una situación así, por mucho que mi elemento de ejercicio favorito sea el agua. En una piscina, la ingravidez me sirve para salirme de mí misma. En un lugar con algo de oleaje, tengo que estar completamente presente, por mucho que no exista (espero) un monstruo que me quiera llevar al fondo para tenerme de mascota.

Nos vamos a otras partes para meditar acerca de lo que hacemos todos los días. Las famosas vacaciones que sirven para regresar a la vida real. Pero lo cierto es que la vida real es la que nos debería de dar la paz para ser nosotros, ser el refugio de lo malo. En el peor momento se nos olvida que necesitamos un descanso de nosotros mismos y que eso es sólo posible con esfuerzo, no con un escape. Porque nos sustraemos de lo que siempre hacemos, pero no de lo que llevamos con nosotros y que es eso lo que nos agrede. 

El enemigo, el que nos quita la felicidad, es el sádico que escondemos en la mente, el que tiene la voz que nos hace de menos, el que nos encuentra los defectos al espejo, el que nos recuerda todas las carencias con las que crecimos y por qué nadie nos quiere ni nos va a querer jamás. A ése hay que destruir. Y no huyendo de nuestro ambiente. Enfrentándolo y cambiándolo. 

No me llevó ningún monstruo, aunque sí me enredé en la alguita esa que da asco y pánico cuando lo roza a uno. Nada tan malo como las ahogadas que me doy solita en mi propia mente. 

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