Las cosas que más ricas me salen son las más simples. Requieren únicamente dedicarles tiempo. Como la salsa verde que pasa un día y medio en la olla de cocimiento lento. Yo no necesito estar allí, pero sí hay que planificarse para no sacar la panza y que no haya salsa en qué cocinarla. O cuando quiero comer arroz frito con ajo, sé que debo hacerlo una hora antes, al menos y ya teniendo el arroz cocido. En general, lo que cocino necesita más tiempo y dedicación que ingredientes especiales.
Hay momentos extraordinarios en nuestras vidas que ciertamente nos dejan los recuerdos tatuados. Para eso hay fechas apuntadas en calendarios. Pero si nos ponemos a contarlas, no son ésos los días que forman la mayor parte de nuestras vidas. Éstas transcurren más bien entre momentos que tendemos a dejar pasar como agua tibia entre las manos. No nos marcan.
Al final es lo mismo darse cuenta del aire que entra en nuestros pulmones y hacer el esfuerzo por darle la importancia que tiene, que hacer un buen huevo estrellado. Ningún cocinero que se precie de serlo puede darse el lujo de hacer mal los huevos, por muy sencillos que sean. Debería uno tener el mismo cuidado y planificación para los momentos de siempre.