Uno crece con gente a la que le guarda cariño aunque no la mire seguido. Las vivencias compartidas hacen una base firme de cosas en común que, si son felices, unen de forma bonita. Por eso los hermanos tienen un lazo especial aunque no se caigan bien y por eso es que uno de padre tiene la ilusión de crear lugares comunes con los hijos.
La estructura humana nos empuja a crear memorias emocionales indelebles cuando crecemos. Eso nos marca para toda la vida.
Cuando uno regresa a donde creció, se reúne con amigos de la infancia, va a reuniones de colegio, hay una persona en particular con la que uno se reencuentra: uno mismo. Hay que ayudarse a que ese encuentro sea feliz y nuestro yo de antes esté satisfecho de en quién lo convertimos.