Ya tengo años que hago planes y pido que me los cancelen. No porque me caiga mal la persona, es simplemente porque le encuentro más felicidad quedarme en mi casa. Hasta que hablo con otro amigo y quedo de vernos, porque también me gusta ver gente.
Hay una etapa particular de la vida (en la que uno tiene ya más años, obvio) cuando estar en fachas en la casa tiene más atractivo que salir a ver qué hay. Uno ya sabe qué hay. Ya lo vio, ya comió… Pero eso es mentira, porque siempre hay cosas nuevas. Lo que se acaba es la curiosidad de verlas. Y allí es donde uno se envejece. En la pérdida de la curiosidad.
Me sigue pareciendo que, una tarde lluviosa como la de hoy, estar en mi casa le gana a casi cualquier cosa. Luego recuerdo que es alegre hablar con adultos y hago el esfuerzo por salir. Más de algo tiene el mundo nuevo y bonito que valga la pena explorarlo. Y a mí todavía no me ha alcanzado del todo la vejez.