Me Gusta

Ver tele, aunque me quede dormida.

Leer, siempre leer. No hay vida suficiente para tanto libro.

La música. Casi cualquiera. Ahora ando en mi etapa de Rock Alternativo en inglés.

Comer, pero cada vez menos cosas dulces. No sé si eso me alegra o me entristece.

Pasar mi mano por la cabeza de mis hijos. Sentir un par de mejillas suaves aún, ver dos ojos que todavía no conocen lo malo del mundo.

Estar con mis amigos. Hacer reír a mis amigas con historias patéticamente divertidas. Cocinarles.

Ver jugar a mis gatos.

Escribir. Pero a veces eso es más una necesidad que un gusto. Como algo que sólo hace bien cuando está fuera.

El frío para estar tapada. La lluvia para ponerme mis botas rojas. El vino para compartirlo. El chocolate para comérmelo yo solita.

Un beso en la parte de atrás del cuello, mejor si viene con un poquito de aliento cálido que siento en todo el cuerpo.

Una mano apoyada en mi cadera.

Un dedo que hace espirales en mi espalda.

El olor a pan recién horneado, ese que sale de tu cuerpo cuando te acabas de bañar.

Me gusta mi vida, con todo lo que he hecho y me falta por hacer. Con las personas que tengo a mi alrededor.

Me gusto yo. Al fin.

El Conocimiento es Poder

-«JM, salte de la piscina pequeña, ya estás demasiado grande.»

– (Leyendo en voz alta) «‘Piscina pequeña sólo para niños menores de ocho años.’ Yo tengo siete. No soy muy grande.»

Y el niño continúa felizmente salpicando a todo el mundo a su alrededor. Y a mí no me queda mucho qué decirle.

Se hace una marcada diferencia en el trato con cualquier persona que sabe algo que antes desconocía. Las relaciones cambian radicalmente, sino recuerden la primera vez que una amistad les dijo que quería ser algo más. O cuando al fin entendieron cuándo se cambia de velocidad un carro mecánico. Saber/conocer cosas nos transforma, convierten el mundo a nuestro alrededor de plano a redondo, nos sacan del centro del universo. La información es más poderosa que cualquier arma y puede ser igual de letal en las manos equivocadas, o en el momento incorrecto. No es lo mismo aprender acerca del sexo de boca de los papás, explicando con amor un acto precioso a la edad más adecuada, que en cualquier otra circunstancia.

El auto conocimiento también libera. En el momento en que conocemos nuestros defectos, éstos dejan de afectarnos. Cuando abrimos la mente a otras formas de ver la vida, expandemos nuestros horizontes. Cada palabra nueva que aprendemos, nos da una herramienta más para comunicarnos.

Obvio que no siempre es conveniente impartir conocimiento. Menos mal el niño se entusiasmó de meterse a la piscina de gente grande con su mamá.

Llorar Es Bueno (Dicen)

Parezco caricatura japonesa a lo «Candy» que se le llenan los ojos de agua antes que soltar una lágrima. Equiparo llorar con debilidad, manipulación, incapacidad de razonar. Tal vez ya me agoté mi cuota (en el colegio bastaba con que me dijeran «ya llora» para romper el dique). Las películas románticas/trágicas me parecen ridículas. Salvo por los períodos sobre-hormonales de los embarazos y post partos, obvio, no acostumbro llorar. Y no es ni bueno, ni malo. Simplemente es.

He escuchado varias teorías científicas que explican el por qué del llanto. No hay ninguna certera.  Hace poco lograron determinar que, en las mujeres, las emociones fuertes disparan la reacción biológica del llanto mucho más fácil que en los hombres. Entonces resulta que lloramos de enojo, de felicidad, de miedo… No sólo de tristeza. Si logramos separar el acto de un rebalse de agua salada de los ojos y nos concentramos en identificar la emoción, podemos reivindicar nuestros sentimientos y no creer que estamos locas. El poder emputarse lisa y llanamente, sobre todo con razón, es liberador y motivante, sin ponerle atención a la lágrima que se escurre. La verdad, una vez más, hace libres.

También hay algo de razón en eso de que llorar libera. Hay gente que se siente liviana después de sollozar. Limpia, vacía, renovada. Tal vez lo pueda probar. Sí hay cosas que me sacan las de cocodrilo, como fotos de mis hijos cuando eran recién nacidos, ver a mi marido ser papá, cantar alguna canción. Pero sola. Sin que nadie me mire. Y sólo una.

Planes

Si me quieren poner feliz, sólo me tienen que pedir que planifique algo. Desde una vacación, hasta una fiesta, el hecho de sentar a imaginarme cómo va a ser y qué tengo que hacer, es la mitad del placer de la cosa en sí misma.

la vida no se puede planificar igual. Me cuesta un mundo ese bendito ejercicio de «¿cómo se mira en 5/10/15 años?» No sé. Porque no he estado allí. Lo que sí sé es con quiénes quiero estar: mis amigos, mis hijos, mi marido. ¿Qué vamos a estar haciendo y en dónde vamos a estar? Supongo que lo mismo de forma distinta y en el mismo lugar. No me molesta en absoluto seguir estando involucrada en la vida de los niños, el escribir, el hacer karate. Mi vida me encanta y, yo que ya probé otra, no la cambiaría.

Ahora, obvio no tengo certeza de lo que puede venir. Nadie la tiene. Pero eso nos permite dos cosas: 1. estar abiertos a cualquier posibilidad; 2. plantearnos qué no queremos que cambie.

Examinar los hábitos, las cosas que nos dan satisfacción y las persona con las que compartimos tiempo y ver si queremos lo mismo de aquí a 20 años, creo que es más importante que el hecho de podernos «proyectar» hacia el futuro. Porque a mí no me sirve de nada pensar que voy a estar estudiando historia del arte en Florencia (que me encantaría), si eso significa no estar con mi mara. Suficiente se me rompió el corazón una vez.

Así que yo hago planes de eventos concretos. Si necesitan que les arme un viaje con itinerarios, mapas y hasta reservaciones de comidas, con gusto. Pero para mi futuro, lo único que puedo decir es que quiero seguir como soy.

La Justicia en la Vida

Ser colocha y querer ser de pelo liso. Tener piernas grandes y querer tenerlas flacas. Ser blanca y querer ser morena. Y al revés. La inconformidad con la realidad lo lleva a uno a pensar que la vida es injusta, que uno no tiene lo que se merece y que sólo a los demás les pasan cosas buenas.

Pero una cosa es estar inconforme con realidades que no se pueden cambiar y otra ver las cosas que están mal a nuestro alrededor y hacer algo al respecto. Asumir las consecuencias de nuestros actos y tragarnos lo que sembramos, es parte de un aprendizaje que debería comenzar en casa. Porque si la lección viene más tarde, el trancazo es mucho peor. Por allí se miran personas que lamentan su «suerte», en vez de revisar sus acciones pasadas y encontrar una explicación.

No todo es consecuencia de algo que uno haga: las circunstancias en que nacemos, lo que nos hagan terceros sin provocación, la lotería genética que nos tocó. Pero sí hay un ámbito de influencia en el que podemos actuar.

Y, pues sí. La vida es injusta. Hasta que nosotros nos la cambiamos.

Por…

…más ideas que me hagan temblar las piernas.

…más noches de viernes cantando vejestorios.

…más planes de vida después de los niños.

…más sábados por la mañana que te pida que no me chingues, que estoy bien entre tus brazos.

…más veces de leerte la mente y que todavía te sorprendas.

…más textos para contarte cosas estúpidas que no quiero que se me olviden.

…más orgullo de estar a tu lado.

…más bromas, más miradas, más caricias, más…

…más tiempo juntos para querer seguir estándolo.

Por que cumplas muchos, muchos años más que compensen los que no pasé contigo, desde el principio del universo.

¡Feliz cumpleaños Amor!

La (Relativa) Constancia

Durante  mi vida he cambiado de formas de ver el mundo. Dejé de creer en hadas madrinas, magia, Santa Claus. Dejé de ver a mis papás como seres míticos, pasé por considerarlos muy molestos, los conocí un poco como adultos y ahora los recuerdo como seres humanos. Me vi a mí misma como una adolescente gordita y recha, una veinteañera mal casada, infeliz y muy trabajadora, a encontrar en el espejo una (casi) adulta realizada. Mis ideologías de cómo debe funcionar el país también han pasado por transformaciones.

Todo tiene una relatividad inherente. El cambio constante nos empuja a considerar nuestro entorno desde diferentes puntos de vista. Es más, aún cuando queremos revisitar una posición anterior, nos topamos con que no podemos. Bien decía el filósofo que es imposible entrar en el mismo río dos veces. Nuestras experiencias nos (de)forman y obtenemos más información para tomar decisiones. Y es esa apertura a aprender cosas nuevas la que nos mantiene en movimiento y, por lo tanto, vivos.

Nada más triste que una mente cerrada, porque es una mente muerta. Y no estoy hablando de cambiar nuestros valores, éstos sí se mantienen inconmovibles. El punto es considerar otras formas de lograrlos y reconocer en personas que piensan diferente que nosotros, la misma meta. Esa debería ser la base de una sociedad que progrese verdaderamente. Si logramos fijar las metas en común y encontrar el mejor método para lograrlas, aún si eso implica despojarnos de algunas ideas previas, podemos avanzar.

Mis anhelos siguen siendo los mismos: quiero ser feliz. El método que he utilizado es lo que va cambiando y, espero, mejorando. Aunque a veces todavía me gustaría creer en la magia.

Criar Extraños

Pocas relaciones tan complicadas para mí como la que tengo con mis hijos. Y no porque me lleve mal con ellos (a veces). Es porque fueron parte literalmente de mí, me habitaron, los alimenté de mi cuerpo y no son yo. Son dos personas aparte de mí misma, con pensamientos, ideas, experiencias y emociones propios. Pueden parecerse a mí, tener los mismos gestos, pero definitivamente son diferentes. Es la lección de desprendimiento más grande que pueda aprender. Además que me hacen bailar entre la necesidad de estar cerca y la conveniencia de alejarme, sin tener un árbitro que me indique cuándo hacer qué. Sus acciones, poco a poco, ya no reflejan del todo sobre mí. O por lo menos eso creo.

A los que tenemos la dicha de criar pequeños y que necesitamos entregar adultos presentables al mundo, se nos da la tarea de convertirlos en extraños. En personas apartadas de nosotros mismos, con una cosmovisión parecida a la nuestra, pero hecha suya. Forjar gente independiente requiere soltar y, por lo menos a mí, no me gusta dejar ir nada.

Pero no son míos. Son de ellos mismos. Aunque me duela. Aunque recuerde una manita en mi mejilla cuando daba de mamar. Aunque me llegue el olor de una cabecita peluda y vuelva a ver un rostro diminuto y arrugado. Aunque lleve la memoria del movimiento de dos cuerpos dentro del mío.

Y debo repertirme, como mantra, que no soy yo, que son ellos.

Seguir Caminando

Como es lógico, sólo he percibido la vida a través de mis propios sentidos. Eso hace que, aunque puedo aprender de las experiencias de los demás, hasta el hecho de procesarlas las hace «mías» en el sentido que tienen que pasar a mi cerebro. No me gusta decir que la vida es dura: tengo una casa, comida, ropa, transporte, educación, una familia, amigos, un esposo que me quiere y hasta gatos. Pero tampoco ha sido todo rosas y canciones. Tuve una infancia con ciertas limitaciones, una adolescencia desgraciada y dos pérdidas importantes con la muerte de mis papás. Alguna vez hubiera querido que el mundo entero se detuviera ante mi dolor, que dejara de girar, que las nubes ya no pasaran, los pájaros callaran, que desapareciera el universo entero. Obvio, no. El sol seguía saliendo y aún existían otros seres vivientes y el Mundo seguía girando y yo continuaba respirando, latiendo, existiendo.

Vivir es moverse, aunque sea por inercia. Por eso tal vez no sea tan malo un ligero tinte de egoísmo. Porque yo puedo estar muy preocupada por la situación nacional, pero por favor que no sea el paro en el día de la piñata de mi hija. Y no es por falta de sensibilidad, es que entiendo que la vida continúa y que la niña va a cumplir años, haya debacle o no.

Y eso también es lo que nos levanta en momentos en los que desfallecemos. El hecho de ver que las horas se suceden, aún sin nuestra intervención. No queda más que hacer como los niños, llorar un poco, limpiarse la tierra y la sangre, pararse y seguir. Con un poco más de cautela al principio, seguro. También es cierto que al rato se olvida y agarra uno aviada otra vez.

Nada de lo que he vivido, ni bueno ni malo, ha atrasado el paso del tiempo. Sólo son marcas en el camino. Y yo sigo caminando.

Me Enfermé del Estómago

Y no sé por qué. Comimos en casa, yo cociné, todo estaba fresco. Pero me enfermé de la panza y salió todo estrepitosamente de regreso. Cuando me pasa algo así, lo cuál es muy raro porque no me enfermo seguido, no me da por contemplar mi mortalidad como es lo usual. No, a mí me da por renegar de ser adulto sin mamá que me consienta.

Las personas que han vivido fuera y se han enfermado, podrán entenderme bien. Uno mantiene una parte de niño que confía ciegamente en la mano que le revisa la temperatura, le pasa la pastilla y le conjura alguna pócima tipo atol de maicena (que sólo es tolerable en estado de moribundez). Qué rico no tener mayor responsabilidad de uno mismo. Dejarse cuidar.

Ser adulto y el proceso que se atraviesa para serlo, tiene como principal objeto tener responsabilidad de los actos. Uno obtiene todas las ventajas de la libertad, pero también debe tragarse todas las consecuencias de ejercerla. Y está bien. En general, uno deja un poco de ser humano en el momento que prefiere delegar en alguien o algo más su vida y las decisiones que debe tomar. Puede ser que se sienta cómodo no tener que ejercer la libertad, pero ese estado es aberrante y ha sido abolido en todo el mundo. Nadie debería ser esclavo.

Por eso me hago yo el brebaje asqueroso ese con maicena (guácala, pero qué bien me cayó). Soy adulta y, así como tomo mis decisiones, bien puedo cuidarme si me enfermo del estómago. Menos mal no es muy seguido.