Las redes sociales son la secundaria de nuestra madurez. Hay grupitos por todas partes y uno encaja hasta en el grupo de los que no encajan. Nadie es tan especial como para que no haya alguien más con las mismas carencias.
Mi red favorita es Tuiter. Es la interacción perfecta para no socializar. Uno puede llegar a alegar del tráfico, la edad, el jefe, el mundo y el pelo y, media hora después, nadie se acuerda. Y uno puede ser lo egoísta y malparido que uno quiera o portarse como gente agradable.
En general, la distancia que regalan las redes sociales nos da licencia para comportarnos de una manera que jamás se nos pasaría por la mente frente a otra persona. Me gustaría ver al primer valiente que se pare en medio de un centro comercial y grite a voz en cuello: «¡Send nudes!» O-se-a. Podemos quitarnos una pátina de cortesía o al menos eso creemos. Nunca me dejan de sorprender esas personas tan pequeñas que sólo pueden tirar veneno y las entiendo aún menos si lo hacen con gente que no conocen.
Lo cierto es que no es que uno se transforme mágicamente en algo diferente de lo que es. Es que uno saca fuera lo que cree que tiene permiso de exponer al mundo. Y es muy triste ver que muchas veces es tan pobre.
Las redes sociales no son el problema. Como siempre, el problema es uno. Y, mejor si se va aprendiendo que lo que uno dice en una pantalla, es igual que decirlo a media fiesta de cumpleaños de la abuelita.