Tengo que cambiar el teléfono y comienzo con la romería de información de un aparato al otro, haciéndole el famoso backup y guardando fotos en otra parte. Estoy segura que algo hice distinto esta vez y que probablemente está mal. Tendré que revisar y borrar quinimil cosas. O habré perdido otras. Y, la verdad, es que no me estreso.
Vivimos pegados a estos aparatos que se volvieron nuestras damas de compañía digitales. Pero, si tenemos que ser sinceros, no hay nada allí que nos sea indispensable. (Claro que lo digo con la certeza que nadie me lo viene a quitar, porque cómo me sirve.) Supongo que podemos usar algo con frecuencia y aún así restarle esas rayitas de importancia extrema. Como con todo: los seres humanos subsistimos con muy poco, todo lo demás son adornos.
Allí viene la capacidad de escoger. Después que no tenemos necesidad de subsistir y lo que nos agregamos es extra, perfectamente bien deberíamos asegurarnos que nos guste. O terminamos con ropa que nunca usamos. Y así con todo. Acercarse a ese desprendimiento no significa que renunciemos a todo, sino simplemente que lo refinemos. A ver en qué paro con la información del teléfono. Seguro trataré de tomar menos fotos.