Yo no tengo tics de esos que hacen que uno mueva el pie y a todo el mundo alrededor. Invariablemente, me siento al lado de alguien que sí y comienzo a desesperarme sin poder identificar por qué, hasta que me da náusea y entiendo que es alguien que se está moviendo como si lo estuvieran hostigando las huestes del Hades. La sensación anterior a su identificación es extraña, porque comienzo a irritarme y a sentirme mal y a querer pegarle a alguien. Sin una razón clara para todo eso, que se guarde cualquiera que tenga enfrente, porque le toca ser el depositario de mi encachimbe.
Hasta que aparece el culpable y pido que, por favor, dejen de mover la mesa. Y es que cada quien puede tener el temblor que quiera, pero no me venga a marear a mí, por favor. Regla básica de la convivencia. Claro, no siempre puedo hacer esas peticiones, porque las cosas externas que me irritan definitivamente no son todas tan sencillas. Allí lo único que tengo que aprender a hacer bien es identificar la fuente de mi molestia. Y no rematar con cualquiera.
Para mientras, quieto, por favor.