Haciendo el típico recuento del año, en éste tan peculiar, me he fijado que no fue tan malo. Detesté la incertidumbre, la presión del miedo sobre nuestras vidas, la impotencia y la falta de autogestión. Pero todo eso ya me disgusta desde siempre. Si soy completamente sincera, he tenido peores años. Enterré a ambos padres un mismo año. He tenido crisis existenciales los últimos cuatro años. La niña casi se muere el año pasado. En definitiva, esta pandemia no llega al top cinco de años malditos en mi vida.
Por otra parte, volvimos a comer los cuatro juntos todos los días. Tuve un año más de infancia de mis hijos. Afiancé la rutina que me gusta. Cociné. Taaanto. Me tomo una taza de café platicada con mi marido después del almuerzo, a veces con un poco de chocolate y el peso al otro lado de la cama me ayuda a dormir. Pasé la Navidad más feliz desde hace 14 años, por el simple hecho de tener más apertura a contemplar la tristeza causada por la ausencia de mi madre.
Me siento querida.
Definitivamente, no ha sido un mal año. Se puede ir tranquilo.