La primera vez que fui a un súper gringo, me quedé parada frente a los yogurts. Eran tantos… no tenía ni idea de cuál me iba a gustar más y no quería hacer una mala escogencia. Era como desperdiciar una oportunidad maravillosa que me estaba ofreciendo la vida: agarrar el mejor yogurt del mundo. Cosa que obviamente no existe.
Cuando tenemos muchas opciones cuesta más escoger que cuando hay pocas. En el segundo de los casos, uno agarra entre pocos lo que sabe que le gusta y ya. En el primero, el miedo a equivocarse a veces paraliza. Hasta que uno aprende que hay muy poco en la vida que sea de importancia suprema. Mejor agarrar algo y que no sea perfecto a no hacer nada.
Me sigue pasando que me quedo boba frente a un despliegue casi infinito de yogurts. Pero me sacudo y agarro el primero que me llama la atención. En primer lugar porque seguro me va a gustar. En segundo, porque no voy a saber si había otro mejor. A veces la ignorancia sí es la felicidad.