Tampoco como, pero esos son otros veinte pesos. Estoy en una etapa intermedia de los apetitos de la gente en mi casa y a veces no me alcanza la comida y a veces sobra. Luego el adolescente baja a comer a las diez de la noche porque igual sí tiene hambre. Me da un poco de ansiedad no cocinar, me gusta hacerlo.
Es interesante estar encima de las necesidades cambiantes de mi mara. He aprendido a apreciar mucho mejor cuánto crecen lavando su ropa, qué gustos tienen y en qué gastan este tiempo en el encierro. La rutina del colegio los aleja necesariamente de la casa y, aunque quiero que regresen a ser niños normales, tenerlos cerca ha sido un privilegio también.
Así que los lunes comen todo lo que ha ido quedando, yo me atormento de pensar que no sea suficiente y luego recuerdo que siempre puedo hacer huevos. Todos felices.