Nado sin prisas, el agua está tibia. Olvido todo menos el ritmo de brazadas que me obliga a respirar con propósito. Nunca le ponemos atención al aire que inhalamos, hasta que nos tiene que sostener. Alguna vez he buceado y el arte de respirar debajo del agua sorprende. Parece truco de magia.
A cada vuelta que me impulsa al otro lado, vuelvo a sentir que floto. Hay algo de volar en ese movimiento y, mientras estoy allí, sumergida, no peso. Todo se queda en la orilla y sólo quedamos el aire y yo.
Poder abstraerse un momento del constante murmullo de nuestras cabezas nos centra. Ubicamos lo inmediato, que es lo único que verdaderamente existe. No tenemos que imaginar el futuro ni recordar el pasado. Estamos. Y eso basta. Como respirar. Vale la pena estar nadando para recordarlo.