Tengo a la niña enferma. Dos días sin ir al colegio, que es lo que menos importa, pero ayuda a dar una medida de lo mal que se siente. Es un virus, pero sí nos preocupó porque le duele el estómago. Lo genial es que sigue con hambre. Pero me preocupé. Mucho. Porque no sé qué tiene y porque no sé qué hacerle. No se le puede hacer nada, más que estar con ella.
A veces las personas que queremos no están bien y no hay nada qué hacer para ellos. Sólo estar con ellas. Porque la gente, como los virus, tienen formas de remendarse solas y sólo necesitan compañía. Que uno los escuche. Que les haga un té de manzanilla y se siente con ellas a ver una película. El estar está subvalorado, pero es casi mágico.
Para el que acompaña, es un acto de presencia, pero sin hundirse. La gente que necesita consuelo puede hundirnos, la enfermedad se contagia, la tristeza se multiplica. Estar es sólo eso. No impregnarse. Así como me toca cuando tengo bichos enfermos. Les basta con que me quede un rato. Aunque sí hago las cosas que necesito. Es muy fácil caer en la trampa de perderse en las personas que nos necesitan. Allí no le servimos a nadie, menos a nosotros mismos.
Espero que mañana esté mejor la niña. Realmente es horrible verla mal.