Recuerdo a mi mamá enseñando la última de sus creaciones. Se acercaba con entusiasmo a la persona en cuestión, alzaba lo que fuera que tenía en la mano y decía: «¿Ya viste qué bonito me quedó?» Alguna vez, o le pregunté, o ella me explicó que la gente, si les das la oportunidad de opinar, siempre van a encontrar algo malo. Al adelantar un calificativo, ella plantaba en sus mentes una idea ya terminada.
En efecto, es difícil decirle a alguien que ya te declaró que lo que está enseñándote está bien, que le miras x o y defectos. Pura cuestión de actitud. Cuando nos piden que opinemos, creemos que tenemos que presentar una lista de los defectos, desventajas, peligros, errores, de lo que tenemos enfrente. No nos paramos a pensar que tal vez eso que estamos criticando es el resultado del esfuerzo de nuestro amigo y que sólo lo está exhibiendo porque se siente orgulloso. Imagínense los pocos amigos que nos quedarían si hiciéramos lo mismo con los bebés. Es que todos los recién nacidos salen feos, pero no he escuchado a nadie decírselo a un recién papá orgulloso.
A mí me encanta el juego de «encontremos qué está mal». Pareciera que me pagaran por ello. Poco a poco aprendo a no mezclar el trabajo, donde en efecto sí me pagan por encontrar todo lo malo, a algo social, donde sólo se requiere de mi sonrisa y apoyo.
Lo que sí es que aprendí muy bien de mi mamá: siempre enseño mis cosas diciendo que están bonitas, no vaya a ser que me comiencen a recitar los defectos.