La psicóloga me hizo la distinción, hace ya algún tiempo, entre entender con la mente y entender con el corazón. Como si hablara con la esfinge, una adivinanza que me ha costado la vida. Bueno, no tan dramático, pero casi.
Resulta que hay cosas que entiendo perfectamente bien en mi cabeza, como el que mi papá me quería, pero que no sentí. Y allí está la clave. Podemos poner las piezas del rompecabezas en el orden correcto, pero si no enfocamos la figura que forman, no sirve de mucho.
La razón nos ayuda a desmenuzar los pasos, a encontrarle sentido a las acciones y hasta a sanar. El corazón, o los sentimientos, son los que nos motivan para futuras acciones. Cuando lo que descubrimos con el pensamiento no corresponde con las emociones que surgen sin que las pidamos, nos paralizamos y decidimos no seguir. A veces las corazonadas sólo son las advertencias de algo que no quiere volver a ser dañado.
Lo cierto es que no hay escudo contra el dolor emocional. Allí nos ayuda el cerebro dándonos un pequeño empujón, aunque luego tenga que exprimirse de nuevo en la terapia.
Tal vez lo que necesito es un intérprete cerebro/corazón que me traduzca lo que ya entendí y lo pase a lo que siento.