Los límites

Yo no corro. No me gusta. Lo hago mal. Invítenme a nadar. Si me persigue un oso, creo que entrego el equipo. Yo sé en dónde fallo y ya no pruebo si alguna vez me gusta. Simplemente no.

Todos tenemos habilidades naturales que se expanden con el ejercicio y el esfuerzo, pero, por más que las estiremos, tienen un tope. No es nada malo, simplemente es. Como la altura, o el color de ojos. Podemos usar tacones o pupilentes, la realidad no cambia. Y es una belleza porque ese límite le indica a uno en dónde está su punto de quiebre y en dónde hay que esforzarse. Vivir dentro de la zona de la posibilidad fácil es muy aburrido.

Yo tengo clarísimo dónde está la frontera de mis posibilidades. En algunas partes he conquistado más territorio. En otras he sufrido derrotas terribles. Y ambas me han educado a qué es lo que verdaderamente me interesa para esforzarme más. Correr no es una de esas cosas.

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