Lo que pasa antes

Las sorpresas sólo funcionan si uno no se las está esperando. Y sólo funcionan una vez, precisamente porque hay un elemento desconocido que incide en que lo agarren a uno desprevenido, o no. Eso aplica para las cosas que dan risa y las que asustan. No se puede contar el mismo chiste dos veces a la misma persona y pretender que se ría igual.

Pero para que no sepamos qué viene, necesariamente tuvimos que tener expectativas de un futuro (mediano o corto) y que las cosas no salgan como lo esperábamos. Generalmente nos fijamos mucho más en lo que nos disgusta, porque queríamos algo que según nosotros era mejor. Muy frecuentemente eso pasa en las relaciones, a las que entramos con ideas más o menos fijas y a las que medimos tiempo después contra las mismas, aún cuando nosotros no somos iguales. Y eso no tiene gracia.

Debemos tener una base de cosas que funcionen sin que estemos pendientes para poder funcionar en niveles más elevados. La gente que no sabe si va a tener comida la próxima vez que tenga hambre, poco puede estar preocupados por otras cosas. Pero lo malo es que los que tenemos la dicha de no tener este tipo de condiciones, vamos complicándonos más y más la vida esperando cosas que no son esenciales para sobrevivir.

Aprender a pasar sin expectativas nos abre a dejarnos maravillar por lo que ocurra, no necesariamente sorprender. Dejar ir la ilusión de ser el oráculo de Delfos y saber qué viene nos permite disfrutar lo que venga, porque no nos adelantamos al final y no comparamos la realidad con la fantasía que nos hicimos. Tal vez hasta nos riamos más de los chistes.

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