La vida es un océano (ya sé, ya sé, cliché trilladísimo). Pero es cierto que es un océano en el que no se distingue el agua de las olas aunque se puedan describir con sustantivos diferentes. La vida es tiempo y vivencias y uno es la sustancia de las otras.
Cuando crecemos, creemos que el tiempo pasa lento y en estas alturas de mi vida, se me va demasiado rápido. Pero quedarse quieto no es una opción. No quiero ahogarme. Ni clavarme en una sola ola, todas mueren en la orilla.
El chiste de montarse a la ola de la experiencia es saber cuándo bajarse. Allí está la magia, saber que el océano es el mismo, pero que cada ola es una oportunidad distinta. Tener consuelo en lo constante del agua y emoción con su movimiento. Tal vez me caiga de la tabla muchas veces, pero seguro las olas que logre atrapar van a ser magníficas.