Las diferencias pequeñas

He tenido oportunidad de estar en países con varias horas de diferencia de mi horario habitual (hasta 8) y otros con menos (3) y, por mucho, cuesta más adaptarse al que menos cambio tenía. Resultaba que, para mí, eran las 4 de la tarde y allá ya eran las 7 y yo no tenía hambre ni de chiste, pero casi era la hora de cenar o ya se hacía muy tarde para salir, pero según yo aún era de madrugada… Y así. Raro.

Como si pudiéramos adaptarnos más fácil a los cambios drásticos. «Ahora es de noche, mira, está oscuro, no importa que para ti aún sea de día de donde vienes.» No es ese medio cambio que hace que todo parezca igual, pero distinto. Tal vez por eso es que nos trabamos con las evoluciones diarias, constantes y pequeñas que tienen las relaciones de siempre. Ese pequeño ajuste que hay que hacer, que es como angular la vela unos cuantos grados a favor del viento. Al final de un viaje largo, los cambios pequeños cuentan. Y mucho. Claro que es más fácil ver la necesidad de arreglar el curso cuando se está en medio de una tormenta. Pero eso no le resta importancia a lo sutil de la cotidianidad.

Es igual que el pequeño pedazo extra de chocolate todos los días. Ése que tengo al lado mientras escribo y que no como. O al menos no siempre.

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