Suelo meter la pata como si fuera posición de yoga y estuviera practicando. Puede ser que sea por ser socialmente tonta. Por tener expresiones faciales cruzadas. O porque digo las cosas fuera del contexto del que las pienso, como si los demás pudieran meterse en mi cerebro para entender de dónde viene el comentario. No sé qué hacer al final, porque no sé hablar de otra forma, por mucho que he aprendido a la empatía.
Tenemos claves sociales de cómo comportarnos y, generalmente, son fáciles de seguir, sobre todo en situaciones superficiales. Pero en las más delicadas y complejas, las reglas se vuelven menos útiles. Buscar la conexión con los demás implica dejar lo preconcebido por un lado, no tomarse las cosas personales y dar espacio para explicaciones cuando no entendemos. Saltar a conclusiones que tienen más qué ver con lo que nosotros sentimos y entendemos que con lo que nos están diciendo es fácil, pero hace que las comunicaciones se tiñan con suspicacia y desconfianza.
Entiendo que debo dar el contexto para mis comunicaciones. Por lo. menos para las que más me interesan. Para lo demás, esos pensamientos aleatorios que se me salen por los dedos como síndrome, está Tuiter. Y, si no se me entiende lo que escribo, me pueden preguntar.