Hablar con otra persona siempre implica que hay un espacio, pequeño o grande, de falta de entendimiento. Y es simplemente porque el otro es otro, no yo y no está dentro de mi cerebro para sentir mis pensamientos. Las emociones le dan tonos a las cosas que decimos y nunca tenemos la misma escala de color con alguien más, por mucho que miremos el mismo dibujo.
Lo bueno de esto es que la comunicación no tiene que ser perfecta para ser efectiva y llegar a lugares felices en común. Si no fuera así, no podríamos ni salir a caminar con alguien. El problema viene cuando queremos entenderlo todo, todo. Simplemente no se puede y ni siquiera es necesario. En las peores situaciones, basta con ver las acciones del otro y hacerse cargo uno de sus sentimientos para seguir adelante.
Yo siempre voy a preferir poner las cosas lo más en claro que pueda, desde un principio. Sobre todo si hay un alto nivel de interés en el otro. No siempre me ha ido bien con esa estrategia, pero me siento más fiel a mí misma y eso compensa las citas posteriores con la psicóloga. Ya sé que me va a decir que no es necesario entender para sanar. Pero necesito escucharlo de vez en cuando.