Siempre hago lo mismo: si un libro me gusta mucho, lo leo tan rápido, que lo acabo antes de estar preparada. Quiero saber en qué termina, pero no quiero llegar al final. Yo abrazo mis contradicciones, por algo no nado cuando llueve porque me mojo. Pero hay otro libro en espera, generalmente, y sólo es cuestión de dejar ir a uno para empezar el siguiente.
Difícilmente alguien puede tomar lo que le ofrecen si tiene la mano cerrada. Es una metáfora tan usada que ya debe tener callos. Pero no deja de ser cierta. Todo lo nuevo necesita algo de dónde empezar y casi siempre es sobre algo limpio. Que no quiere decir que sea sobre la nada. Nuestros conocimientos, vivencias, valores actuales, relaciones, creencias, sueños, son el marco en el que comenzamos todo lo nuevo. Limpiamos el camino para que crezca una nueva planta, la cuidamos, recogemos sus frutos y plantamos lo siguiente. Cada nueva experiencia alimenta la que sigue, siempre y cuando dejemos que se termine, la dejemos morir, que fertilice el siguiente tramo del camino.
Cuando avanzamos en un libro, necesitamos cambiar la página. Cerrar el capítulo anterior. Así con todo en la vida, uno debe estar dispuesto a soltar lo que ya pasó y seguir con lo que viene. Tal vez por eso no me asusta la muerte, porque sé que es la única forma de conocer qué hay más allá. Debe ser una historia fascinante.