Mi madre me decía no dejaba la cabeza tirada porque la tengo pegada al cuello. Después de tres años de ir a nadar con alguna constancia y dejar la calzoneta en más de una ocasión, esa sentencia sigue siendo vigente, lamentablemente. Soy distraída, tengo memoria de caballero y pocas caras recuerdo, menos nombres.
Lo peor que me ha pasado últimamente fue llevar a mis hijos a ver una obra de teatro un lunes que no era el lunes del cartel. Cómo decidí que era ayer y no el 10 de diciembre, aún no lo sé, pero sí tengo aún roja la cara de la vergüenza de llegar al lugar a la hora indicada sólo para reiterar que no era el día. Llevo un mes viendo el cartelito varias veces a la semana, ni siquiera tengo la excusa de que sea reciente. Todavía no lo entiendo.
Pero cenaron los niños y nos reímos mucho y nadie salió lesionado por mi falta de atención a los detalles. Tal vez eso compensa, ponerle amor a las cosas grandes aunque las pequeñas se me escapen. También por eso me organizo hasta el extremo de aplicarme los productos de higiene en el mismo orden para no olvidarme de echarme desodorante, por ejemplo.
Y por eso dejo un traje de baño extra en el lócker. Para días como hoy en los que llegué a nadar sin calzoneta.