Si el verdadero valor de una propiedad es la ubicación, el de las palabras es la oportunidad. Que algo sea verdad es, obvio, el primer requisito. Pero es aún más importante que uno lo diga en el momento adecuado. Las palabras pesan y dejarlas caer a veces lastima. Y no se trata de eso. Al menos no siempre.
Me ha pasado que me dan ganas de desahogarme por una molestia. Tengo la intención de decirle “sus verdades” a alguien. Y, cuando lo he hecho, se siente como descargar un camión de basura sobre la otra persona. Pero no libera. Y sólo se quedan sucios los dos. No es lo mismo poner límites, hablar claro y con franqueza, que ser grosero y decir cosas de más. Si de algo quiero librarme es de ser una vieja impertinente. Me cuesta mucho no hacer comentarios fuera de lugar con mis hijos.
Quiero aprender a conducirme con más compasión hacia los demás y hacia mí misma. Que lo que diga sea oportuno. Y no tirar mi basura sobre alguien más. Hay cosas que no se pueden recoger.