Mi vida transcurre en un colchón de horarios que me dan paz. Meterle nuevas cosas a mi rutina se puede, pero hay que planificarlas con cuidado. Me acaba de recordar Facebook que mis tres palabras más odiadas son «cambio de planes».
Todos tenemos una zona de confort. Ese cauce tranquilo al que podemos tirarnos en una llanta y transcurrir felices viendo el paisaje. Avanzamos, sí, pero no demasiado rápido. Es el camino seguro, ese que sabemos perfectamente bien a dónde nos lleva. Tenemos que tener un lugar así. ¿Cómo recargaríamos las baterías? Nuestro ser interior nos tiene que dar esa paz.
Pero todo lo demás… Eso hay que moverlo y ponerlo de cabeza cada cierto tiempo. Porque quedarse estancado en cualquier cosa, es quedarse atrasado del cambio. Los hijos crecen y necesitan cosas distintas de nosotros. Nuestras parejas también crecen y tenemos que conocerlas de nuevo. Hasta nosotros mismos cambiamos. Llega el momento en que lo único que se vale que mantengamos cómodo, son los zapatos.
Hasta ahora, hemos sido un núcleo contenido entre nosotros cuatro y nos ha bastado. Pero los enanos ya tienen otros intereses fuera de su casa y necesitan llenar sus necesidades emocionales con personas distintas a nosotros. Eso me implica cambiar de rutinas, abrir mis planes, ampliar mi círculo. Por mucho que me cueste. Mejor dicho, sé que lo tengo que hacer, precisamente porque me cuesta.