Hoy no tenía ganas de vestirme. Ya había gastado las ganas del día en el súper, regresé con lo justo para bañarme y me quedé parada, paralizada, sin poder ni pensar en qué ponerme y contemplando la posibilidad de acompañar a los gatos en la cama.
Esa necesidad de salirse del camino que uno lleva, aunque sea una mañana, se parece a disfrazarse de niños. Sabemos que seguimos siendo los mismos por dentro, aunque llevemos una máscara de protección contra el conocimiento del mundo. Nos vamos de vacaciones, nos sentamos, dejamos el libro a medias, vemos una pared sin cuadros. Podríamos hasta querer dejar de respirar. Hay varias leyendas que cuentan de personas que se pierden del mundo varios años, con variadas consecuencias.
Igual que uno. La inmovilidad es sólo una ilusión, porque el tiempo sigue corriendo y toca alcanzarlo para que no lo arrastre a uno. Así que respiramos hondo, nos vestimos y continuamos. Aunque a veces se nos pierda la mirada.