La improvisación no es mi modo favorito de andar por la vida. Prefiero tener un panorama más o menos claro de lo que necesito en el futuro y planificar hasta donde se puede. Un viaje, conmigo, es una oportunidad para demostrar que se puede hasta saber el horario y número del bus que hay que tomar en la parada que corresponde.
Supongo que como humanos, buscamos alguna certeza, por muy escasa y escurridiza que sea. La vida es tan incierta. Nos gustan las historias con finales, los cabos atados, los planes cumplidos.
Pero la capacidad de adaptación ante lo imprevisto es precisamente la cualidad más importante de supervivencia. No es como que nuestros antepasados cazadores pudieran saber a ciencia cierta qué iban a conseguir. Uno tiene un súper en dónde enojarse porque no consiguió la marca de shampoo favorito.
Poner a prueba nuestra habilidad para adaptarnos, nos obliga a crecer, a aprender, a innovar. No podemos hacer siempre lo mismo, tener siempre la misma rutina. Eso sólo se logra con certeza cuando morimos. Para mientras, debemos seguir improvisando para mejorar. Aún cuando es consecuencia de un olvido o una mala planificación. Como cuando dejamos las sábanas en un viaje familiar y terminamos envueltos en las toallas.
Aprenderé a hacer lista.