Me encanta la improvisación. De lejos. Cuando lo hace otra gente con sus planes y su vida. Lo mío es la planificación. Esa que puede decir en una ciudad en la que nunca ha estado, cuál estación de tren y a qué horas. O en dónde comen los locales. Hasta dejo un día sin planes para poder planificar la improvisación. ¿No es así como se hace?
Es un problema de control. Nunca es suficiente. Y nunca es real. Tema recurrente en mi mente y en lo que escribo. Aprender a moverse con la corriente contra la que no se puede nadar, tomar un respiro y volver a intentar retomar la dirección original. O considerar nuevas metas a dónde llegar. Todo va cambiando con la vida y lo que hace veinte años me parecía importante, ya lo dejé atrás.
Improvisar, en el mejor de los casos, es tomar lo que le dan a uno y transformarlo en lo que uno quiere. No estar corriendo como gallinas sin cabeza (tan gráficamente satisfactoria esa imagen) sin el menor de los planes. Aunque a veces también es bonito no tenerlos.