Las decisiones que uno toma quitan un poco de combustible a la fuerza de voluntad. Cada vez que escogemos, no es un músculo que se desarrolla. Es un gatito bebé que se cansa.
Tal vez por eso los malos hábitos son tan fáciles de mantener, sin importar el daño que nos hagan. Los escogimos una vez, los instauramos y, pues, allí están. Quitarlos es casi imposible. Hasta que uno verdaderamente quiere.
Cómo lograr llegar a ese estado. Allí está la cuestión del asunto. Encontrar qué nos hace querer cambiar. No es fácil llegar al momento del eureka. Pero vale la pena buscarlo. La vida es demasiado corta para pasarla en malos hábitos.