Hoy el adolescente me hizo un comentario que me cayó como una pedrada sobre mi vajilla favorita. Luego de sacudirle las emociones, dar un paseo en carro con los perros y tomar agua, lo senté.
Hablar para entenderse. Parece tan sencillo. Al fin y al cabo es precisamente para eso que está el lenguaje. Pero no lo es porque nos centramos en hablar desde las emociones propias y a veces no son tan bien recibidas. O no se entienden. O no son relevantes. Me pasa con los niños que no tienen tanto en común de vida conmigo por la lógica diferencia de edad.
Cuando le expliqué al joven qué era lo que estaba mal de su comentario, traté que el tema fuera él, no yo. Poco le importa ahora cómo me siento, para algo es adolescente. Pero sí le interesa cómo se mira él. Y tal vez ésa sea la clave. Sí se trata de las emociones para entender, pero las de los demás.