En casa somos tres extrovertidos contra un introvertido. Que hace necesario que la mayoría nos midamos para que el solitario tenga ocasión de hablar. Y conste que extro/intro no tienen tanto qué ver con ser callados o tímidos como con preferencias de procesamiento de información. Unos piensan para hablar y otros hablan para pensar. Cada esquema tiene lo suyo y no se trata tanto de verle lo malo como de potenciar lo bueno.
En casa trato de enseñar que uno no debe vomitar las palabras, sino que deben pasar por un mínimo filtro de prueba. Y también trato de alentar a una conversación más suelta, porque no todo tiene que estar tallado en piedra. Por eso, la mayoría de nuestras conversaciones en la mesa consisten en hablar muladas. Que si la música, las series, las películas. A veces los libros, los cuadros.
Por allí, entre lo trivial, se asoma lo profundo. Aprendo qué opinan del mundo, qué color de lentes tienen puestos y cómo reaccionan ante estímulos. Las tonteras son la primera capa de un pastel complejo, pero hay que pasarlas también. Cae bien tener conversaciones amenas y tontas. Reírse. Y establecer caminos anchos que acepten la comunicación que necesiten.