Fría y calculadora

Cuando los niños tienen sentimientos «negativos», casi siempre queremos decirles que no estén tristes o enojados. Puede ser porque no nos gusta verlos mal. O porque nos lo tomamos personal y creemos que es contra nosotros. O simplemente por costumbre. Pasa más con las niñas. También consideramos ya de adultos que estar en algún estado emocional es malo y que hay que ser siempre racionales.

Como si pudiéramos ponerle un tapón a nuestros sentimientos y dejar de emocionarnos con las cosas que pasan a nuestro alrededor. Imposible ahogar la tristeza, curar el enojo, matar la pasión. Dejaríamos de ser humanos.

Pero tampoco podemos dejarnos arrastrar por impulsos emocionales que anulan nuestro raciocinio. Porque también para eso tenemos el cerebro: analizamos toda la información, inclusive la de los sentimientos y tomamos las decisiones que mejor nos convienen. O al menos eso deberíamos hacer.

Cuando nos invalidan nuestros sentimientos diciéndonos que «no nos enojemos», nos quitan el derecho de ser nosotros mismos. Cuando tomamos una decisión arrebatados por la ira, nos comportamos como seres no pensantes y pasamos por encima de la gente a nuestro alrededor.

Ninguna de las dos cosas funciona. A mí me gusta pensar que soy «fría y calculadora», no porque no sienta, sino porque estoy aprendiendo a alejarme un momento de lo que siento muy profundamente y considerar todas mis opciones. Decidir con el enojo o la tristeza, cuando no sabemos si son permanentes, sólo nos lleva a tomar caminos equivocados que quién sabe si podemos retomar.

A los niños sería bueno decirles que pueden sentir lo que quieren, siempre y cuando no hagan un desastre por un berrinche. Eso nos deberíamos decir al espejo también.

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