Siempre fue muy fácil recordar tu fecha de cumpleaños: el mismo número que la mía. En estos 16 años, siempre se me pasa por alto el día que moriste, pero no tu cumpleaños. Hago cuentas para ver qué edad tendrías y, perdón, pero ya desde hace diez años pienso que igual ya te hubieras muerto. Pues, siempre dijiste que no querías llegar a los 80 y lo cumpliste.
Últimamente te he pensado mucho, sentido cerca. Me han dicho que me cuidas, cosa que no me era muy presente cuando estabas vivo pero que ahora no me sorprende. Te miro en algunas de las líneas de la cara de tu nieto. Digo tus refranes. Tengo tu disciplina. Imprimiste en mí lo mejor de ti, que era muy bueno. Ahora hasta uso tu reloj, me pesa en la muñeca como una mano sosteniendo la mía y me encuentro hablándote.
Los hijos siempre estamos vedados de conocer a nuestros papás como personas. Es la naturaleza de la relación. En compensación, guardamos los recuerdos de los momentos íntimos, suaves, que no tiene nadie más. Gracias por el helado, la coca-cola y la sopa compartidos. Por las siestas. Por los títeres. Por enseñarme a bailar vals y hacerlo mejor que nadie. Por darme una primera infancia llena de amor. Tanto, que sigue compensando por todo lo que vino después. Si yo tengo un sentido del deber y de la lealtad que me guía como faro en cualquier tormenta, es porque tú encendiste la luz. Quién sabe, tal vez hasta la cuidas todavía.
Espero que comas mucho pastel y helado, que te encantaba aunque no te gustaba admitirlo. Quiero darte un buen beso y uno de esos abrazos contra tu pecho ancho y fuerte en el que siempre me sentí pequeña.
¡Feliz cumpleaños Papi!