Traté de escribir un cuento. Necesito por lo menos dos horas de atención no interrumpida para poder poner en unas doscientas palabras la idea que me atormenta desde hace unos días. Siempre es así, el cuento ya está hecho, yo sólo tengo que observarlo y describirlo. Casi como una interpretación de las hojas del té, la narración va surgiendo. Pero para eso necesito paz. Aunque yo misma salga a respirar, es un momento que me doy yo.
Por otro lado, el constante “Mama” de dos niños que creen que vivo para ellos definitivamente no es el medio ideal para hacer nada creativo. Se me escapa el susurro y queda ahogado entre las voces de este par de engendros que quieren a su mamá, aún esta versión tipo ogro.
Pero es lo que hay. Y, aunque no puedo decir que no me quejo, porque precisamente eso hago, no lamento demasiado mi pérdida de espacio. Porque estos meses los he visto crecer y he tenido el gusto de acompañarlos a pasar momentos difíciles. Espero que las ideas me tengan paciencia.