Escribo en este espacio para sacarme las ideas que me persiguen hasta en sueños. Es una forma de darles cauce y que se pierdan en un mar de otras ideas y no me ahoguen por dentro. Todo lo que escribo lo exorcizo, se queda atrapado entre símbolos concretos. Adiós.
La palabra escrita tiene permanencia en lo externo. Olvidamos con facilidad lo que leemos porque sabemos en dónde volverlo a encontrar. Por eso pocas veces nos aprendemos un diálogo de una novela. La memoria nos sirve para llevarnos a la puerta en donde está archivado esa página, no necesariamente a la misma.
Pero, lo que escuchamos, las cosas que nos dicen, se quedan grabadas en nuestro ser porque no tenemos otra forma de guardarlas. Y, lamentablemente, las palabras hirientes se cincelan con dolor y son indelebles. ¿Qué hace que pese más un «no te quiero» a mil «te amo»? Podría decir que como humanos estamos más pendientes de lo que nos hace daño para no volver a acercarnos allí. El puro instinto de supervivencia. Pero creo que eso no es todo el cuento. Creo que es porque el dolor implica profundidad, que se meta una espina, que penetre el golpe. Las caricias son ligeras y hay que tener mucha atención al fantasma que dejan tras de sí como para retenerlas en la piel. Lo que duele deja marcas, cicatrices.
Escribir sirve para aligerar la presión. Y para fijar algunos recuerdos felices.