El tanque lleno

Detesto prestar mis cosas. Simplemente no tengo la costumbre. No nos prestábamos cosas con mi mamá, menos con hermanas que no tengo. A mis amigas he preferido regalarles lo que tengo para no esperar una devolución incómoda.

… Hasta que llegó la niña que agarra todo sin pedírmelo y a mí me puede dar un pequeño derrame. Entre perder mis pinceles, acabarse mis acuarelas y acaparar mi secadora de pelo, ella se lleva todo lo que mira en casa. La lógica es que, si está bajo el mismo techo es de todos. Socialista me salió, sobre todo para cosas ajenas. He ido aprendiendo a darle espacio entre mis cosas, a dejarle mis pantuflas, regalarle mi plancha de pelo y encontrar pinceles debajo del sofá.

A veces vale la pena compartir, me obliga a involucrarme en lo que hacen con las cosas que presto. A desprenderme de lo que no uso realmente. Y a exprimir un poco mi corazón que no es necesariamente abundante de generosidad.

Eso sí, la regla de la casa, establecida desde ahora para niños que no llegan aún a la adolescencia, es que, si les presto el carro, me lo tienen que devolver con el tanque lleno.

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