He pasado varias noches sin dormir. La condición de la niña propicia desvelos, ya sea por mal funcionamiento de algún componente de la máquina o por descuido de no revisar cómo está antes de dormir. Y los ruidos externos. Y el calor. Y que me ha costado relajarme.
Pareciera que ser adulto es estar cansado. No recuerdo haber sentido cansancio nunca de niña. Siempre quise quedarme despierta toda la noche y ahora que nadie me manda a acostarme, quisiera hacerlo todo un día. Esa dicotomía entre querer y poder y no hacer las cosas cuando ambas coinciden, muchas veces impulsa nuestra vida. Y qué tontera.
Aunque no soy partidaria de una filosofía de vida que aliente a hacer cualquier cosa porque sólo se vive una vez, sí estoy convencida que las cosas que se hacen con intención hay que hacerlas como si fuera la última vez que se hacen. La actitud que desmerece como indiferente cualquier momento de la vida es tan dañina como la que se preocupa por cada detalle. Hay que estar. En todo. Cuesta en estos momentos de distracciones, pero es más importante que nunca.
Trato de hacerlo, porque me doy cuenta de lo que me pierdo. Es una lucha constante. Y sigo cansada. Espero hoy poder dormir.