Mis papás siempre regresaban con una cosita para mí. Un juguete, un dulce, hasta una piedra. De hecho, lo de la piedra se me convirtió en una tradición personal de muestra de cariño. Si te vas de viaje, tráeme una piedrecita. Una forma de pedirte que pienses en mí.
Los regalos tienen eso, son perfectos siempre, porque implican que la persona que te lo da, estuvo contigo en mente. Y ese es el verdadero chiste del asunto: el tiempo que implica.
Me encanta dar regalos signiticativos, no caros. Esos que me llevan en la entrega y que van a hacer que se recuerden de mí cuando lo miren.
Al final de cuentas, las cosas sólo nos representan.