El poder de dejar ir

Cuando me enojo, me quedo abrazada al sentimiento. Aclaremos que no me enojo (muy profundo), seguido. Las cosas cotidianas se me olvidan y no ando todo el día amargada por lo que pasó en la mañana.

Pero las cosas que me han dolido, se anidan en mí y tienen alquilado a largo plazo el espacio que ocupan. Sí, me sigue molestando el maltrato que tuve en el colegio. Entiendo que debo dejar ir, pero a veces ese sentimiento de cólera es también una fuente de energía y cuesta tirarla.

Estar disgustados con alguien por mucho tiempo no es productivo. Nos ata a ese malestar, al pasado negativo, incluso a la misma persona que nos lastimó. No es poder sobre ella, es un peso sobre nosotros y no vamos a perder nada bueno al soltar. Tal vez da miedo el cambio. Nos justificamos en nuestros resentimientos. Cuesta ser libre.

Intento caminar sin trabas todos los días. Hay disparadores de mis malos recuerdos que trato de mitigar. No sé si pueda hacerlo del todo, pero sí sé que (al fin) quiero.

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